Avilés
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Los cinco días de revolución en Avilés, se divulgan ampliamente en dos libros a partir de 1935: el diario de campaña del general Eduardo López Ochoa, que narra con detalle la llegada de la columna a su mando el día 8 de octubre y la derrota de la revolución el día 9; y el panfleto del periodista reaccionario Julián Orbon. Estos libros, de amplia circulación en 1935 y 1936, son rescatados por los historiadores de derechas de años posteriores. No corre la misma suerte la crónica novelada de Maximiliano Álvarez Suárez, editada en Madrid en 1936 y que desaparece de librerías y bibliotecas en 1939. Desde luego, no se hace público el testimonio levantado por un grupo de presos de la Cárcel Modelo de Oviedo a principios de 1935, que se va al exilio en 1939 en las maletas de Mariano Moreno Mateo, abogado socialista, y diputado por Asturias. Son por lo tanto las dos primeras fuentes las que harán la historia oficial sobre los sucesos de Avilés. Historia oficial que como se vera resulta muy discutible.

En fin, esta es la historia... O más bien, las dos historias.


Sin fusiles[]

Durante toda la noche del día 4 al 5 de octubre, el Comité Revolucionario de Avilés formado por socialistas y cenetistas permaneció a la espera de las armas. A las seis de la mañana, en vista de que no aparecían por ningún lado, se lanzo el llamamiento a la huelga general, y se repartieron treinta pistolas Cesar con tres cargadores cada una a los militantes de mas confianza.

Sobre el centro de la ciudad van afluyendo grupos sueltos de huelguistas a la espera de una orden, o de alguna muestra de mínima coordinación. La orden de huelga general ha sido recibida con fervor por los trabajadores de todas las tendencias.


Maximiliano Álvarez, miembro del Partido Comunista, que recorre la ciudad con un dirigente de las Juventudes Socialistas, cuenta:

<<... aparecen los vendedores voceando Región. "Fernández" y yo vamos al encuentro de ellos; pero un grupo de obreros que se encuentra mas próximo les arrebata todos los ejemplares, prendiéndoles fuego en un abrir y cerrar de ojos (...). Se forma con ellos una hoguera de bastantes dimensiones, y nosotros, formando un corro alrededor de ella, contemplamos satisfechos la obra realizada. Cruje la tinta impresa al verse devorada por las llamas, mientras los vendedores piden un escrito para justificarse ante los corresponsales administrativos.
--- Ya no hace falta -- les argumenta "Fernández"» esta inmundicia ya no vera mas la luz.>>

El Comité Revolucionario de Avilés se constituye de forma provisional con seis militantes: Ángel Ávila, empleado de una firma consignataria, de la UGT y JS; José María Rodríguez, UGT, tranviario; Severino Cienfuegos, maquinista del taller de la Junta de Obras, UGT, radical socialista; Valentín Dintén, de la CNT; Granda, UGT (sin representación socialista -- había sido expulsado del PSOE por un problema de manejo de fondos--, elegido por ser hombre valiente y muy capaz), metalúrgico; y se completa con Emeterio, miembro del Partido Comunista que ha ingresado en la Alianza en esa misma mañana.

A las tres de la tarde, el alcalde, Bernardo García y Rui-Gómez convoca una reunión de las "fuerzas vivas": jueces, comandante de la Guardia Civil, de carabineros, subdelegado de Marina.

Se decide mantener fuerzas en la calle, para dar sensación de autoridad. De Oviedo se contesta con evasivas a la petición de refuerzos que hacen constantemente del Ayuntamiento de Avilés, a pesar de que no ha sonado un solo tiro en la ciudad. El alcalde concentra en el Ayuntamiento las fuerzas que posee: 23 guardias municipales; 16 carabineros al mando del teniente Daniel Alonso; 18 guarda-jurados de la asociación patronal; dos marineros de la subdelegación Marítima, dos celadores y nueve guardias civiles del puesto de Avilés a los que se sumaran 30 mas de Villalegre, Miranda, Salinas y Castrillón que han recibido la orden desde Oviedo de concentrarse allí; jueces, civiles de los partidos de derecha y funcionarios. Total, un centenar de hombres con fusiles.

Los guardias civiles hacen una salida para declarar el Estado de Guerra y colocar el bando. La multitud los rodea amenazadoramente. La indecisión del Comité Revolucionario que en ese momento podía haberlos atacado con pistolas, se paga cara.

Valentín Dintén dirá años más tarde:

<<Se les hubiera comido el alma cuando salieron a declarar el Estado de Guerra, a.C. nos hubiéramos hecho con algunos fusiles y no nos paraban en el Ayuntamiento.>>

Pero todo se limita a una tensa calma.

Julián Orbon, el periodista reaccionario que se ha instalado en el Ayuntamiento, cuenta:


<<Como alguien dijera que estaba mucha gente reunida en la Casa del Pueblo dictando desde ella ordenes los dirigentes del movimiento, se propuso su clausura una vez que acababa de declararse el Estado de Guerra y efectivamente, a la media hora (serian las cinco de la tarde) se dirigió al mencionado local con el correspondiente mandamiento el oficial jefe de la Guardia Civil, seguido de varios números del benemérito cuerpo.
Minutos después llegaba a la alcaldía manifestando el señor oficial a la primera autoridad local que le fuera imposible cumplimentar la orden porque las calles inmediatas al centro de Sociedades Obreras hallabanse invadidas por una muchedumbre en actitud levantisca y consideraba temerario proceder a la clausura sin los resortes necesarios para imponer el principio de autoridad.>>

La calle no es de nadie, o más bien, la calle seria de la Revolución si esta se atreviera a tomarla. Pero la indecisión provocada por la falta de armas inmoviliza al Comité.

El Partido Comunista reúne a sus militantes, da la consigna de obtener armas como sea, y lanza a un pequeño grupo hacia el Ayuntamiento, solo para encontrarlo rodeado por guardias civiles y carabineros.

Sin que haya mediado provocación, las fuerzas del Ayuntamiento comienzan a disparar para dispersar a la multitud.

Carreras e impotencia. Los pequeños acontecimientos se suceden: Orbon cuenta que, al anochecer, se cruza por la calle con una banda de chiquillos que al verlo gritan:

<<Mueran los carcas, abajo los sacristanes!>>.

El Comité Revolucionario espera un camión con armas que enviaran desde Oviedo. Anochece. El camión nunca llega.

Dintén recuerda que en la noche comenzó a organizar la fabricación de bombas de mano con latas de pimientos. Algunas de estas bombas estallaron en el curso de la noche, incendiando una de ellas el periódico de Orbon: El porvenir de Asturias, al que los revolucionarios acusan de haber "paqueado" desde su casa a los huelguistas hiriendo a un trabajador y a un niño. El incendio se extiende a las casas vecinas.

En la noche, los guardias civiles y carabineros hacen una descubierta y unos cuantos tiros de pistola de los grupos que rodean al ayuntamiento los ahuyentan.

Maximiliano Álvarez, que ha salido de Avilés en busca del camión que debería transportar los fusiles observa:

<<Ofrece el aspecto de un campamento de guerra durante un ataque del enemigo. Se suceden las descargas y menudean las explosiones de bombas o petardos. El alumbrado eléctrico tiembla y se estremece bajo el estruendo de las detonaciones. Algunas luces se apagan. Los estampidos resuenan al otro lado de la ría con ilimitada prolongación lo mismo que el tronar de tormenta. Y todo esto, para nada. Plan de ataque en serio, no existe ninguno.

Los compañeros colocan bombas o petardos donde quiera y como quiera, y la fuerza pública hace descargas cerradas contra la menos sombra que columbra>>

En la mañana del seis, el Comité desesperado, discute las posibilidades de un ataque directo al Ayuntamiento, pero tan sólo con pistolas y una pequeña dotación de escopetas que se han traído de los pueblos cercanos, seria un suicidio intentar algo, mas aún cuando los guardias civiles que se han concentrado de toda la línea suman cerca de 50.

A media mañana, tras una breve arenga, un grupo de comunistas al que se une un joven socialista, salen por armas.

Maximiliano Álvarez hace una descripción abrumadormente lírica del pequeño combate

<<Hablando de fútbol nos vamos aproximando a la pareja. Langara, Gorostiza y Zamora para a.C. y para allá. Las manos acarician las pistolas en los bolsillos. Oscilaciones y balanceos de los barcos en la ría. Ruido claro y blando, chas, chas, de las olas contra el muro. Pleamar, superficie azul. Brillan los correajes y el sol saca relumbre de fuego de los cañones y de los cerrojos. Tentación irresistible. El corazón palpita en el pecho y se estremece de ansiedad. Relucen las pistolas apuntando a los uniformes, y suenan unas exclamaciones en el aire.
-- ¡Manos arriba!
-- ¡Entreguen las armas!

Dan un paso atrás haciendo ademán de defenderse de la inesperada acometida y el camarada Ortiz, con inusitada rapidez hace dos disparos, despide humo la pistola y los carabineros ruedan al suelo heridos. Ayes y quejidos. Hilos de sangre resbalando por los uniformes. Aceleramiento y ruido de correajes, al despojarlos del armamento. En un dos por tres se realiza la operación.>>


Asi se hace la Revolución con sus dos primeros fusiles.

En la tarde, reacción de los guardias del Ayuntamiento, que hacen una salida disparando contra los grupos de huelguistas que hay en el parque. Carreras, un herido.

Dos horas después, nuevamente el parque esta lleno. Se siguen esperando armas. Nueva salida de los guardias. Los huelguistas retroceden hasta el muelle donde se parapetan y relucen las pistolas. Los guardias y carabineros no insisten.

En la noche, se intenta un ataque contra los carabineros que han tomado la fábrica de luz utilizando los dos fusiles. El grupo de revolucionarios usa como refugio el chalet del dirigente reformista Manuel Pedregal, ex ministro de la Dictadura de Primo de Rivera, al que se decide tomar cautivo. El ataque fracasa.

El día 7 el Comité decide concentrar las fuerzas en el barrio de Sabugo, que queda totalmente bajo el control de los revolucionarios. Mínimamente, se organizan los abastos, y llegan de Villabona , en un tren conducido por huelguistas, tres o cuatro mosquetones y una carabina, viejos y en muy mal estado, con municiones para un día escaso de combate. Corre el rumor de que un barco de guerra va desembarcar en Avilés, y el Comité decide hundir un mercante a la entrada de la ría.

Habla Ángel Álvarez:

<<Se eligió el Agadir, un mercante vasco de tres mil toneladas. El Capitán era un vasco muy terco que se quería quedar dentro de él con un canario que tenía.>>

Habla Dintén:

<<Se pidieron voluntarios, salieron Selino, Juan el exquisito, los hermanos Barraqueros y Pena. Se utilizó la dinamita robada de aquel famoso polvorín. Después de una maniobra excelente se le voló en medio de la ría. Quedaba el puerto bloqueado.>>

Sale para Trubia una camioneta a pedir armas. En la noche vuelve con cinco rifles, quinientos cartuchos, granadas de mano y algunos cascos de acero

La situación continúa estancada. El ayuntamiento es de las fuerzas del gobierno; el barrio de Sabugo, la Estación y el Puerto de los revolucionarios. El Comité revolucionario nunca lo sabrá, pero las fuerzas sitiadas en el Ayuntamiento, se encuentran totalmente desmoralizadas, y están pensando en abandonarlo.

La entrada en Avilés[]

En la mañana del día 8 el Comité revolucionario decide lanzar un ataque en forma contra el Ayuntamiento y se distribuyen las municiones para los doce fusiles con que se cuenta.

En eso, el rumor de que vienen por Piedras Blancas dos camiones de Guardias Civiles hace que el Comité tras darle vueltas a la información, se ponga de buen humor. Los guardias civiles pueden proporcionar las armas tan necesarias para el ataque al Ayuntamiento. Se prepara una barricada por el punto en que se supone han de llegar y se emboscan a los lados de la carretera grupos de revolucionarios.

Maximiliano Álvarez cuenta:

<<Se oyen ruidos de motores. Levantamos la cabeza y miramos al espacio creyendo que son aviones, pero no vemos uno en toda la inmensidad que alcanza nuestra vista. Damos la vuelta para mirar a la espalda y tampoco se divisa nada. El ruido continúa en aumento, acercándose cada vez más. Ya se precisa el sonido con mayor exactitud. Es de camiones. Andamos unos pasos en dirección donde parte para salir de dudas. Por la carretera de San Juan en línea recta avanza una larga fila de camiones, autocares abarrotados de tropa, con traje de campaña. Los siguen detrás coches de turismo. Miramos con prismáticos. En algunos lugares traen ametralladoras emplazadas>>

A pesar de la sorpresa, el jefe del grupo decide resistir.

Escribe el General López Ochoa:

<<... no bien la compañía de vanguardia se aproximó a la línea férrea que cruza la carretera en uno de sus barrios de las afueras, fue recibida con nutrido tiroteo y se inició el combate. El batallón continúo su avance a lo largo del camino que, pasando por la orilla del muelle de la ría, conduce al interior del casco de la ciudad, siendo batido por fuego de fusilería por el frente y ambos flancos, pues también se nos tiraba desde el otro lado de la ría, y obligando a desplegar la fuerza, que no se detuvo un punto y avanzó lentamente, desalojando al enemigo y venciendo esta resistencia. Más tarde también recibíamos fuego por la retaguardia. En vista del serio aspecto que presentaba la situación, lance una Compañía por nuestra derecha (la izquierda se apoyaba en la ría), que envolviera la estación del ferrocarril y depósito de material, que eran los puntos desde donde con más furia se nos hostilizaba, y esta fuerza que lo ejecutó con gran bizarría y suma decisión, hizo huir al enemigo en desorden, haciéndole más bajas, y me trajo más de ochenta prisioneros, sin armas, que, indudablemente, en su mayoría, habían tirado o escondido, no dando tiempo la premura del caso para ejecutar un registro y cerciorarse.”...>>

El informe de los presos de la Cárcel Modelo y el testimonio de Valentín Dintén coinciden en afirmar que los detenidos eran paisanos ajenos al movimiento revolucionario, recogidos en el barrio de los Telares próximo a la estación donde no había fuerzas de la revolución. La enorme mayoría hombres de edad mediana.

Es evidente que no podían tener armas porque nunca las habían tenido. Con doce fusiles, treinta escopetas y treinta pistolas se ha detenido una columna militar de más de trescientos soldados, que cuenta con varias ametralladoras. Y eso teniendo en la retaguardia otro centenar de guardias civiles y carabineros armados.

El Ejército ha sufrido un muerto y quince heridos. Los revolucionarios han tenido tres bajas.

López-Ochoa se instala en unos grandes almacenes que se encuentran a orillas de la ría, los almacenes de Balsera. Ahí, utilizando los rehenes tomados en Pravia, Piedras Blancas y los Telares, se comienza a construir una barricada con sacos de sal sacados de un almacén cercano.

Valentín Dintén al mando de un grupo de veinticinco hombres con tres mosquetones, escopetas y "botes de pimientos" que estaba efectuando un registro en el banco buscando pistolas, mientras su grupo cubría el Ayuntamiento desde el Gran Hotel, escucha los tiros que vienen de la carretera de Soto del Barco. Al ver la situación piensa:

<<Si hubiéramos tenido armas no sale ni uno”>>

López-Ochoa se encuentra desconcertado. Ha tenido la primera oposición seria desde su salida de Lugo. No tiene guías de confianza, desconoce la cantidad de enemigos que le esperan y le están batiendo, no sabe lo que ha sucedido en Avilés. En estas circunstancias, ordena prepararse para pasar la noche en los almacenes.

El informe de la Cárcel Modelo cuenta:

<<De que las fuerzas empleadas como auxiliares en la construcción de las trincheras empiezan a caer algunos; unos muertos y otros heridos, dándose la circunstancia también, de que los detenidos están cubiertos de los tiros de los revolucionarios por la misma trinchera que estaban levantando, mientras que los soldados a sus espaldas disparaban desde los edificios en que estaban parapetados. Todas estas circunstancias son favorables a la seguridad de que estos muertos y heridos lo fueron por los propios soldados.>>

Según testimonios de los detenidos hay choques verbales entre López-Ochoa y alguno de sus oficiales que se encuentran muy nerviosos por las bajas sufridas. A consecuencia de esta actitud un prisionero herido es arrojado a la ría. Quedan otros dos gravemente heridos.

El Comité mientras tanto ha dado orden de replegarse hacia el barrio de Sabugo, porque las fuerzas encerradas en el Ayuntamiento han hecho una tímida salida el Parque.

Maximiliano Álvarez cuenta como el dirigente de las Juventudes Socialistas y un comunista llamado "Ortiz" deshacen el ataque saliendo a pecho descubierto a enfrentarse a los guardias, haciendo caer a uno al que le quitan de inmediato el fusil y el correaje.

Esta pequeña victoria permite que nuevamente se establezca el cerco de las dos fuerzas gubernamentales. López-Ochoa recibe a través de un capitán de sus tropas que ha hecho una descubierta y enlazado con el Ayuntamiento un informe de la situación. Un informe adecuado a los que llevan allí cuatro días sitiados. Le dicen que hay un millar de revolucionarios en armas y que amenazan volar el Ayuntamiento esa misma noche, El general decide atacar al amanecer,

Habla López-Ochoa:

<<En cuanto cayó la noche, aprovechando su oscuridad, envié al capitán Martínez Ostendi, de que he hecho referencia, y que se me ofreció voluntariamente, para que, como conocedor del terreno, se pusiese de nuevo al habla con los sitiados en el Ayuntamiento y regresase acompañado por una de las resoluciones por mi adoptadas y de mis planes para el siguiente día, poniéndome de acuerdo con ellos. Ello se realizó sin novedad, viniendo al cabo de media hora con el capitán el oficial de carabineros, acompañado por una pareja de la Guardia Civil y otra de su instituto. Le hice saber mi firme voluntad de no enviar durante la noche fuerza alguna para reforzarles por los riesgos indudables que ello implicaba en aquellos momentos, convenciéndoles de que era seguro que estando el Batallón a tan corta distancia, y habiéndoles batido, no se atreverían los rebeldes a atacarlos y mucho menos a realizar sus amenazas, pero que en todo caso, si eso llegase a suceder contra mis previsiones, tuvieran la absoluta seguridad de que serían auxiliados en el acto, pues sacaría las fuerzas y los atacaría a mi vez por la espalda. Conseguí con estos argumentos tranquilizarlos en parte, y después de quedar de acuerdo respecto al plan para el siguiente día, se retiró el oficial con los carabineros, quedando la pareja de la Guardia Civil para servir de guías en la madrugada siguiente, incorporándose sin novedad al Ayuntamiento los primeros.
Yo, después de reunido con el Jefe de Estado Mayor, el de Batallón y los capitanes del mismo, con objeto de estudiar y redactar el plan de ataque para el siguiente día, con todos sus detalles y pormenores, me retiré a descansar breves horas en espera de los acontecimientos, transcurriendo la noche sin más novedades que algún disparo aislado, y sin que los rebeldes se atrevieran, como yo había vaticinado, a ejecutar sus amenazas.>>

En el curso de la noche se han terminado las municiones de las escopetas. El Comité ordena que según se vayan terminando los cargadores de los fusiles se vayan retirando del barrio los revolucionarios, escalonando los puestos de defensa. Se espera así retrasar aún más la marcha de la columna. Amanece el día 9, Sabugo se encuentra solitario. En el curso de la noche, todos los grupos se han retirado abandonando Avilés.

Habla López-Ochoa:

<<En Avilés, una hora antes de amanecer, el Batallón número 12 se encuentra formado y dispuesto a emprender el ataque contra los rebeldes.
El espíritu de esta tropa, que durante el primer día de marcha (día 7) al salir de Lugo durante las primeras veinticuatro horas, se hallaba como amodorrado y algo deprimido, obligándome a frecuentes intervenciones para levantarlo, teniendo a cada paso que reprender y censurar enérgicamente esta aparente apatía, estimulando a la oficialidad y a los mismos soldados con frases en ocasiones despectivas para picar su amor propio, lo que llegó a ocasionarme por el derroche que tuve que hacer de fuerzas y energía, momentos de desesperanza, había reaccionado brillantemente con mis repetidos esfuerzos, y los encuentros sostenidos la víspera, primero en Soto del Barco y luego en Avilés, a nuestra llegada, habían levantado la moral del Batallón de modo insuperable, sintiéndome ya completamente tranquilo y satisfecho de aquellos soldados, al observar este fenómeno, seguro de poder conducirlos a la victoria, y así se lo hice saber a los oficiales y tropa la noche anterior, a raíz del combate, no mostrándome parco en mis elogios. Por cierto, que al felicitar a solas a su Jefe, el comandante Manso, por su actuación, como le mostrara mi extrañeza por este cambio de conducta tan repentino, me contesto textualmente: "Mi general, usted olvida que somos gallegos y estábamos dormidos, usted ha sabido despertarnos".>>

Antes de emprender la operación, aún de noche, como quiera que el número de prisioneros que había reunido, y que era superior a un centenar, me embarazase notablemente, y por otra parte, unos ochenta de ellos habían sido cogidos sin armas, y según los guardias civiles de Avilés que allí pernoctaron, no había antecedentes contra ellos, decidí pone en libertad inmediatamente a estos últimos, a excepción de dos de ellos, que conservé para una misión que narrare. Y, acompañándolos yo mismo, personalmente, los conduje hasta fuera del parapeto a corta distancia, dándoles suelta en dirección a las afueras del poblado.

Seguidamente salió la compañía del Capitán Martínez Ostendi con dos ametralladoras, dirigiéndose al Ayuntamiento donde debía situarse para coadyuvar el plan de ataque, llevando consigo los dos prisioneros cogidos sin armas a que acabo de hacer alusión, quienes, portadores ambos de duplicado escrito que había preparado la noche anterior, escrito que se hallaba redactado en los siguientes términos: "El General en jefe de las tropas de operaciones en Asturias al jefe de los revoltosos en Avilés. Requiero a usted por el presente escrito para que en el plazo improrrogable de dos horas, a partir de su recibo, se retire y disuelva abandonando las armas, en la inteligencia de que de no efectuarlo así, serán fusilados los veinticuatro prisioneros rebeldes que, cogidos con ellas en la mano, se encuentran en mi poder, y a continuación les atacare a ustedes sin contemplación alguna, fusilando en el acto a cuantos rebeldes sean apresados haciendo resistencia a las tropas a mi mando" debían hacer entrega del mismo a los revoltosos que en las inmediaciones del Ayuntamiento de encontraban sitiándolo. El resto del Batallón aguardo preparado la ejecución del movimiento.

No había transcurrido aún media hora de la salida de la fuerza cuando recibí noticia por conducto de un oficial de la compañía destacada, de que el enemigo había huido durante la noche abandonando gran número de armas en las inmediaciones del Ayuntamiento, y sin que hubiera sido posible entregar mi escrito a los prisioneros encargados de esta comisión, pues no habían encontrado a nadie armado ni quien siquiera hacerse cargo del documento, la noticia me produjo la natural alegría, pues me permitía seguir la marcha a Oviedo sin más dilación, y en el acto ordené la evacuación de los almacenes, así como la de las bajas que habíamos sufrido el día anterior, transportando a los heridos al hospital de Avilés. Hice pedir al Alcalde que sin pérdida de momento se racionase a mi tropa con lo que a mano hubiese en ella, y mientras estas operaciones se ejecutaban con gran premura, reorganizando la columna de camiones sobre la carretera, mi dirigí en coche rápido hasta el Ayuntamiento. La llegada de López-Ochoa hasta el Ayuntamiento desata el júbilo de las fuerzas concentradas allí, Júbilo que se troca en desconfianza cuando el general les informa de sus planes inmediatos, desconfianza que se vuelve desconsuelo y temor. López-Ochoa nombra jefe militar de la plaza al juez instructor, que le parece mejor dotado que el alcalde para enfrentar la situación. Les deja media caja de municiones y algunas armas recogidas en las calles de Avilés, y parte hacia Oviedo.

Orbón que ha perdido su casa en el incendio de los talleres del diario que dirigía, comenta al ver la baja moral de los que quedan en Avilés:

<<Nunca creí que la cobardía colectiva pudiese obrar tales prodigios.>>

Se espera de un momento a otro la vuelta de los revolucionarios avilesinos.

López-Ochoa, mientras tanto se ve detenido por un puente volado a 6 kilómetros de Avilés, y cuando tras cuatro horas de trabajo forzados para los hombres de su columna, y sobre todo para los rehenes que aún lleva, logra franquear el paso, se encuentra con que la carretera está llena de árboles derribados que constituyen un tremendo obstáculo. Al fin, con la noticia de que hay enfrente suyo un nuevo puente volado antes de Llanera, decide pernoctar en Solís de Corvera, Un párroco que "dio toda clase de facilidades" permite que las fuerzas se alojen en la iglesia.

Así acaba el día 9 de octubre. La fuerza expedicionaria en su avance a Oviedo ha perdido dos días.

Bibliografia[]

Extraido de Asturias Octubre del 34 de Paco Taibo II.

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